Embata, la motora, enfiló hacia el estuario del Bidasoa. En el atardecer seguiamos la estela de oro que el sol iba dejando sobre la mar en calma. En la lejanía, azulada, se recortaba la línea de las montañas de Larrun, Aiako-Arria y Jaizkibel. Más cerca, en la parte de Hendaya, veíamos cómo las cortas olas rompían su blanca cresta contra los peñascos de Dunba-Zabala y Dunba-Luzia.
El viento comenzó a soplar con fuerza. Fue entonces cuando Perico Agirre, el viejo patrón, nos contó una antigua leyenda. Años atrás (y realmente hasta no hace demasiado tiempo todavía quedaban embarcaciones de esa clase) se salía a pescar a remo en trainera. Una de las traineras de Hondarriia siempre tenía problemas, porque allí donde iba, llegaba el viento del norte, el Ipar-haizea, impidiéndoles trabajar con la red, con el palangre, e incluso co los aguarines para el chipirón. Y lo curioso era que los demás pescadores, incluso los más próximos a ellos, faenaban con toda normalidad. El patrón de la trainera comentó una noche en la taberna lo que les ocurría. Fue entonces cuando un viejo arrantzale le preguntó si en la tripulación tenía a alguno que silbara, y si era así, ese era quien atraía al viento.
Al día siguiente, pescando enfrente de las Erretas, de repente, de forma inesperada, despert´el Mendebala (viento del noroeste), y hubo que recoger rápidamente los aparejos y emprender el regreso al puerto. Fue entonces cuando el patrón reparó en que el más joven de su tripulación silbaba una extraña canción.
Así ocurrió al otro día, y al otro, y al otro. Hasta que una tarde víspera de las fiestas de Andra Mari de Guadalupe, al amenazar la galerna entre los silbidos de su pescador, le gritó desde popa el patrón: "Zer, berriz ere haizeari deika?" (Qué ya estas llamando otra vez al viento?).
Y desde entonces el hombre no silbó más, y la trainera supo de sus redes colmadas, y del aparejo cuajado de peces, como jamás lo había tenido.
p.d. Extraido de "LEYENDASY TRADICCIONES PAIS VACO"
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2 comentarios:
Recuerdo mis dos salidas por el estuario del Bidasoa...
Una, hace ya 15 años, con un arrantzale hondarribitarra que, obviando los pronósticos, nos invitó a un paseo y con olas de 5 metros conseguimos el objetivo, volver colmados de atunes.
Otra, después de un día aburrido de calma chica y con un velero alquilado, hicimos noche en Hondarribi y conseguimos disfrutar como nunca escorados de vuelta a Donosti.
Dice bien la leyenda porque, si bien nunca oí silbido alguno por mi parte, era tal la felicidad que pudo crear el mismo efecto.
La mar o el mar, cómo tú prefieras, es lo mas hermoso que el ser humano tiene la dicha de contemplar, pero bien es cierto que la prudencia tiene que estár presente, permanentemente, en cada uno/a de nosotros, para evitar que nos coja desprevenidos cuando se enfada. Vamos, como las rabietas que nos invade a todos en el momento más inesperado.
Floren
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